«Nadie dijo que los comienzos fueran fáciles. Mi experiencia en Estados Unidos comenzó con un cúmulo de emociones:  nerviosismo, intriga, inquietud, ilusión y sobre todo muchas ganas de conocer esa cultura que tanto me llamaba la atención. Pasé de estar con mi familia y amigos hablando mi lengua nativa, a estar en casa de unos completos desconocidos hablando inglés. Fue un cambio muy drástico en tan solo nueve horas de vuelo que es lo que se tarda de Madrid a Chicago.

Con la misma ilusión fui recibida por mi familia anfitriona, aunque he de reconocer que, a mi juicio, estaban igual de “intrigados” que lo estaba yo, al fin y al cabo, también procedía de otra cultura muy diferente a la suya, la americana, y de  igual modo la de mi “nueva hermana adoptiva” procedente de Corea del Sur, mi amiga Sejin.

Tras el oportuno alojamiento, en la que iba a ser mi nueva morada, y no teniendo mucho tiempo para adaptarme al nuevo escenario, al día siguiente de mi llegada ya estaba en el instituto, dando clase. El Rockford Lutheran School.  Un instituto con una gran diversidad cultural ya que estudiaban chicos y chicas de diferentes nacionalidades del mundo, aparte de los americanos, había italianos, chinos, japoneses, alemanes, brasileños, coreanos, mexicanos, puertorriqueños y de españoles tan sólo estábamos mi amigo Jaime y yo.

Por tanto el “choque” cultural,  entre mi nueva familia , mi hermana de acogida, mis nuevos compañeros de clase y yo fue tremendo. Una cuando en España estudia inglés, parece que sabe bastante, pero cuando te encuentras a 10.000 km de tus profesores, de tu familia, etc., parece que tu mente ha olvidado todo. Es una extraña sensación, que afortunadamente, pasa rápido. No en vano llevamos estudiando inglés toda la vida y algo queda.

Mis primeras sensaciones, el primer día de instituto, fueron sobre todo de miedo y de nervios. No ser aceptada por mis nuevos compañeros me generaba una ansiedad inicial que pronto fue superada, ya que poco a poco te vas dando cuenta que la empatía de muchas personas, llega a todos los rincones del planeta, y te tratan mejor de lo que pensabas.

Es gracioso, aprendes a valorar las pequeñas cosas, esas que en nuestro día a día pasan desapercibidas y que no prestamos atención. Una simple sonrisa o un abrazo de aquellos completos desconocidos, me mejoraba el día y me hacía más llevadero el inicio. Hoy puedo decir abiertamente, que me siento orgullosa de ellos y los considero como mi segunda familia.

Al principio cuesta adaptarse a los nuevos horarios. Lo que peor llevé fueron las comidas. No llegué a acostumbrarme del todo. Se desayuna a las 9 de la mañana, la comida es a las 12 y cena a las 6 de la tarde. Y ese horario para un español resulta muy difícil.

Poco a poco fui conociendo a más gente y haciendo amigos en mi instituto. Me apunté a clubs y empecé a hacer deportes. Me apunté a Cross Country y a fútbol. Tuve muy buenas momentos en los dos deportes, y en ambos conseguimos llegar muy alto, lo que denominan “los  seccionales” -que es especie de liguilla a nivel del estado de Illinois- , siendo el fútbol el que más pasión despertó en mí. No solo aprendí con el deporte en sí, sino que también forje nuevas amistades en ambos equipos, de los que formé parte, que recordaré siempre con mucho cariño.

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Tuve la suerte de tener una fantástica familia de acogida, que no escatimó medios ni recursos en enseñarme el Estado de Illinois. No sólo me enseñaron mi localidad de residencia, Rockford, sino que también viajamos a bordo de una autocaravana por diferentes ciudades del Estado como Springfield y Chicago, así como en otros Estados como Michigan y Wisconsin. Aunque hay uno que recordaré toda mi vida: el  viaje a Washington D.C que me regaló mi familia de acogida por mi cumpleaños. Para mi fue el mejor regalo que me pudieron hacer, enseñarme un poquito más sobre su país y sobre sus símbolos y valores. Todos esos sitios que te suenan de haberlos visto en las películas.

Mi experiencia llegó a su final y me traigo conmigo un montón de recuerdos, los bailes del instituto, los viajes con mi familia, los planes con mis amigos, las nuevas experiencia vividas en Navidad, El Día de Acción de Gracias, Pascua y Halloween, y muchas más cosas que allí se viven de un modo muy especial. Ha sido una experiencia maravillosa que recomendaría a todo el mundo, ya que aprendes muchas cosas.

De todas esas cosas que aprendí, en estos diez últimos meses y ya en el avión de regreso a España, es que no soy buena en las despedidas.»

Ana Ruiz Serrano.