El 23 de abril fue nuestro día de la calabaza. Como cada año, en los días previos, se fue dando vida a ese símbolo de los suspensos y malos ratos para que acabaran ardiendo en la hoguera. Los alumnos mayores del centro la llevaron en andas sobre sus hombros alrededor del patio ante la mirada da todos, unos de manera presencial por compartir recreo en ese horario, y otros a través de las pantallas para evitar aglomeraciones.
Antes de arder, Diego Vázquez, alumno de 2º de bachillerato, en nombre de aquellos que este año acaban ya su formación en el centro, pronunció este discurso:

Habiendo transcurrido innumerables años desde nuestra llegada al Pedro, del mismo modo que nuestros predecesores llegaron ante esta calabaza pletóricos de la gallardía y de las fuerzas propias de la juventud, así también nosotros hoy, como ellos ayer, acudimos a este ínclito templo del saber y te arengamos con aladas palabras.

Venimos a realizar esta perfecta y catártica hecatombe para que las deidades se lleven estos malignos espíritus llamados COVID y para que nos sean propicias en nuestro deambular por la vida a partir del día presente.

Alumnos del Pedro de Valdivia:

¿Dónde están aquellos ingenuos mancebos que entraron por estas puertas llevando sus mochilas de la Pili cargadas con las pueriles ilusiones de una juventud incipiente?

¿Qué fue de las largas horas de estudio?¿Qué de todo el sufrimiento y el tesón?

Aquellos mismos muchachos, oh Calabaza, hoy se presentan ante ti, habiendo sido descifrado el mensaje de la Pitia y sabiéndose ya vencedores de la última de las guerras púnicas que les queda por librar: la Selectividad.

Sigamos los consejos de Walt Whitman:

«Aprovecha el día.

No dejes que termine sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz,

sin haber alimentado tus sueños.

Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa.

Y tú puedes aportar una estrofa…

No dejes nunca de soñar, porque sólo en sueños puede ser libre el hombre.

Disfruta del pánico que provoca tener la vida por delante.

Vívela intensamente, sin mediocridades. Piensa que en ti está el futuro, y asume la tarea con orgullo y sin miedo.

No permitas que la vida te pase a ti, sin que tú la vivas…»

Oh, calabaza, que tu llama alcance a las pléyades del cielo, allá donde viajan las ilusiones de los hombres. Que tu imagen quede grabada en nuestro entendimiento como recuerdo perpetuo de nuestra etapa estudiantil. Que la luz que hoy contemplamos nos alumbre el camino hacia Ítaca.

Yo, humilde calabaza, soy una imagen de cartón piedra,

testigo mudo de este tiempo gris que nos ha tocado vivir.

Eduardo me hizo y me puso aquí

como símbolo del abrazo eterno que siempre nos unirá con este excelso lugar.

Que el artista prenda la llama purificadora.